Mientras iban pasando los días,
me quejaba menos… veía la combinación del calor y mal sistema de transporte como
una prueba para mi carne que potenciaría mi espíritu, comprendí la soledad. Aprendí a caminar más, disfrutaba las mañanas
que eran cálidas pero vivibles y algo confortables, las noches como en
Cartagena muy ricas para salir sin saco y para disfrutar una que otra
estrella. Era primavera. Para mí un eterno verano.
Los días pasaban… era Agosto, y
ya tenía más sentido mi estadía en Monterrey. En esas noches tibias para
caminar, se atravesó en nuestro camino un ser peludo, pequeño, de ojos
redondetes llenos de miedo. Ella en ese momento un lindo ser perruno, sin
nombre, estaba perdida, abandonada quizás, y nos vio como sabiendo que no la íbamos a abandonar…
no pude abandonarla, mi corazón se retorció lo más que pudo, mi mente y mis
lágrimas igual, ya nos había capturado con su esencia… Ben tampoco cedió al
abandono y poco a poco hicimos que nos siguiera dentro de la reja que divide la
“colonia” entre la seguridad de
adentro y el peligro inseguro de afuera.
Entramos y poco a poco fue siguiéndonos hasta que la entramos al garaje,
ella entró temerosa pero una vez cerramos la puerta detrás de ella se sintió
una inmensa alegría, el color amarillo invadía el lugar.
Necesitamos comida de perros, no tenemos nada que le podamos dar.
Nuestro plan era sencillo, la dejaríamos en el patio para que nadie la viera ya
que era el único lugar de la casa que casi nadie frecuentaba y luego íbamos a
comprar su comida. Cerramos la reja del patio, tranquilos de que había quedado
en un lugar seguro, salimos caminando a la tienda y ¡téngalas! que se había
salido por la reja del patio y ahora estaba caminando detrás de nosotros. El
plan había fracasado.
Días antes habíamos comprado una
cuerda de naylon para colgar la ropa en el patio y me había sobrado más o menos
un metro, como la imaginación y la ingeniería nos ayudo hicimos una correa
casera con cuerda de naylon amarillo, viendo que no la lastimara pero que fuera
segura al mismo tiempo. Salimos a comprar comida con Lolita y es que fue el primer nombre que se nos ocurrió, o a mí…
Lolita. En menos de una hora de haberla
recogido de las calientes calles regiomontanas, ella ya tenía un nombre, un
hogar al menos de paso e iba contenta a nuestro lado con la seguridad que
cuidaríamos de ella. Yo entré a la
tienda, Ben espero afuera - porque no se
aceptan perros- compre un kilo de
comida de marca Pedigree, volvimos a la casa, le pusimos su comida y agua en un
recipiente, de los que me sobraba, en el que yo traía al trabajo mi almuerzo “comida, para los mexicanos” y dejamos a Lolita en el garaje donde no se podía
salir, además estaba muy sucia
para subirla a mi depa. Era sábado. Durante la noche bajé varias veces para ver si
seguía ahí, ella se alegraba de vernos nuevamente y luego lloraba un poquito,
quería estar con nosotros. Como no queríamos que se fuera, aunque la verdad no
se le veía que quisiera irse, pusimos un letrero en la puerta de la entrada que
les pedía a los otros inquilinos no dejarla salir. El letrero funcionó.
El domingo la llevamos a la veterinaria cercana a la casa
para saber si ellos podían ayudarnos a buscar a sus dueños o darnos algún tipo
de orientación en para este caso, también para que la bañaran y la dejaran
bonita. Ese día ellos no tenían baño (sólo era de lunes a sábado) y tampoco su
recepcionista sabía nada del tema, yo estaba un poco iracunda con ella porque
no sabía nada, la verdad ni le importaba, y yo quería con fuerte necesidad
alguna clase de ayuda, pensaba que ella tenía más experiencia y contactos y
debía ayudarme, pero ella con su capul encima de las cejas, no sabía nada.
Entonces, le pedí hablar con el veterinario, la recepcionista le contó al
doctor, él estaba ocupado con su fila de
finos canes de raza con dueños emperifollados pero nos pidió que lo
esperáramos. Lo esperamos y cuando pudo atendernos fue muy informal, creo que nuestros
acentos extranjeros ayudaron, la vio de lejos, nos agradeció el hecho de que
siendo extranjeros ayudamos a esta perrita, nos aconsejo meterla en un programa
de adopciones en una de las fundaciones más reconocida en Monterrey, Fundación
Luca y por último nos cambió la correa de naylon amarillo que le habíamos
fabricado por una un poco más decente.
Nos fuimos a la casa contentos de que a alguien más le había
importado este ser peludo y que este veterinario tenía un buen corazón.